El 22 de septiembre marca un hito en la historia del fútbol argentino: el debut como entrenador de Carlos Salvador Bilardo. Este acontecimiento, que tuvo lugar en el empate de Estudiantes de la Plata ante Independiente en el Metropolitano 1971 y fue el punto de partida de lo que más tarde llamamos “bilardismo”.
A pesar de que sea una de las escuelas más influyentes y características del fútbol argentino, definir el bilardismo es un desafío, ya que esta corriente se compone de múltiples facetas. La respuesta es que el bilardismo abarca todas estas dimensiones y va más allá. Es un estilo de vida para sus seguidores, una filosofía que ha dejado una marca indeleble en la historia del fútbol argentino.
Las raíces del bilardismo se pueden rastrear hasta Osvaldo Zubeldía, el entrenador de Estudiantes en los años ’60, quien formó un equipo inquebrantable y ganador. Bilardo, parte de ese equipo, absorbió las características de Zubeldía, como la actitud y el compromiso colectivo, así como la importancia de la pelota parada. Estos principios perduraron en los equipos dirigidos por Bilardo, tanto en el ámbito nacional como internacional.
La forma no importa, siempre y cuando se alcance la victoria al final del camino. Incluso si el rival fue superior durante el partido, la victoria se celebra con orgullo. El techo del bilardismo es alcanzar la gloria a cualquier costo.
El bilardismo no ve el fútbol como un mero entretenimiento; lo sufre, lo vive intensamente y cree que puede controlarlo. El deporte se convierte en algo casi trágico, pero la épica y lo imposible siempre están al alcance de las manos o, mejor dicho, de los pies.